19.05.2020

Mi momento espAcial: Marta Fernández

La periodista Marta Fernández se suma a la celebración del octavo aniversario de Espacio Fundación Telefónica. Y lo hace formando parte de #MiMomentoEspAcial, una recopilación de grandes momentos vinculados a nuestra programación cultural elegidos por los que la han vivido desde dentro. Este es, para ella, el rato más inolvidable vivido en nuestro auditorio.

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Cuando era pequeña, Svetlana Alexiévich se sentaba a escuchar a las ancianas de su aldea en Bielorrusia. Mujeres que habían sufrido y que habían luchado y que habían sobrevivido para contarlo, aunque nadie quisiera escucharlas. Sí lo hacía aquella niña curiosa, hija de maestros, que prefería las enseñanzas de las que habían vivido mucho a las historias de los libros de la biblioteca de su casa.

Y la niña se hizo mayor y no dejó de escuchar. Escuchó a los que nadie prestaba atención. A las mujeres que sobrevivieron a la guerra y a lo que vino después cuando la muerte parecía haber vencido a la vida. A las que vieron arder sus sueños y su día a día bajo la nube radiactiva de Chernóbil. Escuchó a los que sabían que a veces el sufrimiento puede exceder los límites del cuerpo y del alma. Prestó sus ojos, su conciencia y sobre todo su palabra a los que quedaron silenciados. Y vino a contárnoslo. Y fuimos nosotros los que nos quedamos sin palabras.

Nos confesó que ya no se veía capaz de exponerse al dolor sin coraza, como lo había hecho de joven. “Mi capa de protección está perforada”. Perforada por todas las historias que había escuchado en el camino. “Como les pasa a los cirujanos, si abres el corazón de una persona no puedes echarte atrás y pararte a llorar. Tienes que terminar tu trabajo”.

Y el final de su trabajo era contarlo. Contárnoslo también a nosotros aquella tarde en la que nos estaba abriendo su corazón con una generosidad absoluta. Contárselo sobre todo a los jóvenes martianos que le hacían preguntas sobre sus libros. ¿Cómo era la Unión Soviética? ¿Cómo era la guerra para las mujeres? ¿Nos salvará el amor de la locura? Los muchachos preguntaban y se produjo una especie de sortilegio. Por un momento, aquella mujer que acababa de ganar el premio Nobel se convirtió en la anciana sabia de la aldea que dejaba testimonio de lo que es realmente importante. Y nosotros, en niños admirados en torno a su voz suave y su leve sonrisa. Y todos vimos lo que sus ojos habían visto. El auditorio de Espacio Fundación Telefónica se transformó en la hoguera de un campamento ancestral alrededor de sus palabras. Svetlana Alexiévich había pactado estar con nosotros cuarenta minutos. Pero el tiempo se congeló y se quedó más de una hora.

Y, entonces, nos habló de una luz que debe guiarnos: una luz vulnerable que tenemos que cuidar. “El odio y la venganza no nos van a salvar. Sólo el amor puede salvarnos. Existe y tenemos que mimarlo. Es como una vela que llevamos en la mano y tiene que seguir encendida”. Y entendimos que si nos emocionaba era porque en su voz, en su relato y en sus libros ardía esa llama. Entendimos cuánto amor había en su obra y en su trabajo, en su vagar por el mundo escuchando el dolor de los invisibles.

“No hace falta que escribas de nosotras, un recuerdo es más valioso”, le dijeron las mujeres de una aldea cuando se marchaba. “Cuando te despidas mira atrás, date la vuelta. No mires una vez como si fueras una extraña. Hazlo dos veces, como hacen los nuestros. No hace falta más”. Y Svetlana miró dos veces. Y nosotros con ella. Y seguimos mirando porque un recuerdo es más valioso. Como el recuerdo de aquella tarde en Espacio Fundación Telefónica. Porque mirar y escuchar es mantener encendida la llama. La que nos salva del olvido. La que nos salva de todo.

Por Marta Fernández