Exposición Terror en el laboratorio: De Frankenstein al doctor Moreau
28.06.2016

La mamá del monstruo

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Pocas reuniones intelectuales han marcado tanto la historia literaria europea como la que mantuvieron un grupo de amigos en villa Diodati, cerca del lago Leman, a mediados de junio de 1816. La erupción de un volcán indonesio había cambiado el clima veraniego en otro casi invernal incluso allí, en los alrededores de Ginebra. Los amigos que habían querido pasar su tiempo navegando por el lago o paseando por los campos soleados se vieron obligados a permanecer durante largas veladas encerrados en la casa, con el fuego encendido y leyendo cuentos inquietantes de Hoffmann y otros autores alemanes, algo más propio de fechas navideñas que de comienzos del estío.

Los personajes de la reunión lo tenían todo para llamar la atención y avivar la imaginación de los lectores incluso en nuestros días. Para empezar, el dueño de la villa y anfitrión de los demás: Gordon lord Byron, veintiocho años, poeta fuera de serie y escándalo público aún más notorio. Denostado hasta la execración, venerado hasta la idolatría, perseguidor perseguido por bellezas de ambos sexos, atleta a ratos y estragado libertino en ocasiones. Sabía vivir como un potentado sin serlo y en villa Diodati contaba con los cuidados de su médico personal John William Polidori, veintiún años, parásito pedante que le admiraba más de lo prudente. Su huésped principal era Percy Bysshe Shelley, veinticuatro años, también poeta de no menor talento y por tanto rival (aunque se llevaban bien), autor del panfleto ‘La necesidad del ateísmo’ que provocó su expulsión de la Universidad de Oxford, rebelde contra toda tiranía real o imaginaria, salvo la del amor. La acompañaba su amante (que luego sería su mujer, al suicidarse la esposa legal que había abandonado) Mary Godwin, diecinueve años, hija del reformador social William Godwin, autor de “Justicia política”, y de Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo y autora de ‘Vindicación de los derechos de la mujer’. Apasionada pero racional, no llegó a conocer a su madre que murió al darla a luz (en cambio conoció a Percy. B. Shelley un día visitando su tumba) pero siempre admiró su obra y puso en ejercicio el feminismo práctico que ella había preconizado.

mary shelleyDespués de haber leído muchos cuentos terroríficos, al grupo reunido en Villa Diodati se les ocurrió la idea de escribir ellos mismos relatos de ese género. Lord Byron no fue más allá de esbozar una historia protagonizada por un vampiro, que dejó inacabada. Años después, el doctor Polidori aprovechó la idea para su relato ‘El vampiro’, donde aparece Lord Ruthven (en el que ciertos maliciosos han creído encontrar algún parecido con Byron), un no-muerto aristócrata con todos los rasgos vampíricos que más tarde haría famosos cierto conde transilvano… Shelley parece que siguió con sus poemas, pero Mary se dedicó en serio a la tarea y empezó a escribir lo que dos años después se publicó con el título de ‘Frankenstein o el moderno Prometeo’. Una criatura hecha de pedazos de cadáveres, desesperada por la soledad, que admite su maldad pero la presenta como fruto de su desdicha. Sin duda el primer cuento materialista de terror. Un siglo después, un director de cine –James Whale– y un maquillador genial, Jack Pierce, convirtieron al hijo de Mary Shelley en un icono a la vez horrible y ávido de afecto, que nos representa a todos.

Soy de los que creen que quien no muere joven merece morir. Desde esta perspectiva, los reunidos en aquel concilio del verano que no fue verano tuvieron suerte. El primero en morir fue John William Polidori, que se suicidó con veintiséis años tomando ácido prúsico, frustrado por su fracaso como literato y por el rechazo de Byron. No llegó a ver triunfar a su sobrino, Dante Gabriel Rosseti, hijo de su hermana María, admirado pintor y poeta que encabezó la escuela prerrafaelita. Al año siguiente se ahogó Percy Bysshe Shalley a los veintinueve años, al hundirse en la tormenta su pequeño velero frente a las costas del Gran Ducado de Toscana. Fue incinerado por sus amigos en una pira en la playa de Viareggio y alguien salvó su chamuscado corazón, que entregó a su viuda. Mary lo guardó toda su vida, envuelto en una página de sus versos. Dos años más tarde murió lord Byron en Mesolongi, Grecia, a dónde había ido para luchar por la independencia de los griegos, a los que vistos de cerca no estimaba demasiado. Tenía treinta y seis años.

La más longeva fue precisamente Mary, que murió a los cincuenta y tres de un tumor cerebral, tras escribir varias novelas y estudios literarios, así como numerosos opúsculos de reforma social sobre el papel de la mujer, dar a luz cuatro hijos de los que sólo uno llegó a la edad adulta, tener diversos amores (uno de ellos con el promiscuo Próspero Mérimee) y dejar una hermosa huella de cultura y libertad a su paso por el mundo. Está enterrada en la iglesia de St Peter en Bournemouth, junto a sus padres, que allí se reunieron finalmente con ella, su hijo Percy y los restos del corazón del otro Percy, el poeta que sin duda fue el amor inolvidable de su vida. Cuando uno de los mejores amigos del difunto poeta le propuso matrimonio, Mary contestó: “He estado casada con un genio y hasta que no encuentre otro no volveré a casarme”.

Hoy se la recuerda sobre todo por su novela ‘Frankenstein o el moderno Prometeo’, que merece ser releída porque presenta personajes y situaciones muy diferentes de los que ya nos son familiares por las versiones cinematográficas. Y tampoco deben ser olvidadas otras de las suyas, como ‘El último hombre’. Pero sobre todo fue ella misma su mejor creación: como dijo de sí mismo Oscar Wilde, “puso su talento en sus obras, pero el genio en su vida”. Su imaginación fue romántica, incluso gótica, pero su racionalismo filosófico plenamente decimonónico. Y sobre todo inauguró la era de las mujeres creadoras, polifacéticas e indomables, en la que por fortuna aún vivimos.

Por Fernando Savater

Fernando Savater ha sido profesor de filosofía durante más de treinta años. Ha escrito más de cincuenta obras, entre ensayos políticos, literarios y filosóficos, narraciones y teatro, además de cientos de artículos en la prensa española y extranjera. Algunos de sus libros han sido traducidos a más de veinte lenguas. Está en posesión de varios doctorados honoris causaotorgados por universidades de España, Europa y América, así como de diversas condecoraciones, entre ellas la Orden del Mérito Constitucional de España, la Gran Cruz del Águila Azteca y es Chevalier des Arts et Lettres por el Gobierno de Francia. Ética para Amador, Política para Amador y Las preguntas de la vida, con las que ha tratado de acercar la filosofía a los jóvenes, se han convertido en auténticos best sellers.