Exposición 1, 2, 3… ¡Grabando! Una historia del registro musical
02.01.2017

La era de los multipistas

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Abrieron brecha músicos como Sidney Bechet y Les Paul. Diego A. Manrique recuerda que  los magnetófonos multipista cambiaron la percepción de lo que podía ser la música grabada.

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La de Sidney Bechet (1897-1959) fue una vida extraordinaria. Este jazzman de Nueva Orleans era un tipo temperamental que tiraba de gatillo si era necesario y que conoció las cárceles. Sin embargo, tras instalarse en Francia en 1950, se convirtió en una estrella querida en toda Europa gracias a un deliciosa pieza llamada Petite Fleur.

Bechet tiene categoría de pionero en cualquier historia de la grabación debido a  una proeza realizada en 1941. Ayudado por técnicos de RCA, registró un disco donde tocaba todos los instrumentos, con The Sheik Of Araby como tema principal. Comenzó con el piano y, mientras sonaba lo grabado, sumó la batería. Repitió la jugada y acumuló un total  de seis instrumentos. Un proceso que requería la máxima concentración y un gasto extravagante para aquella época: cada error suponía desechar un costoso acetato.

Esta pizarra fue lanzada publicitariamente como la “one-man band” (la banda de un solo hombre) de Sidney Bechet. No tuvo continuación pero causó gran consternación a Les Paul (1915-2009), un guitarrista correcaminos que llevaba años experimentando con técnicas similares. El hombre tenía vocación de inventor y, de hecho, participó en el desarrollo de la Gibson Les Paul, una de las guitarras eléctricas más usadas del siglo XX.

Paul también era muy competitivo: sabía que, al lado del productor Mitch Miller, la vocalista Patti Page estaba elaborando discos mediante el mismo procedimiento, haciendo duetos consigo misma o convirtiéndose en un cuarteto de voces. No obstante, lo de Les Paul resultaba más espectacular: en 1948, lanzó un disco de 78 rpm con Lover y Brazil, donde sonaban diferentes partes  de guitarra, a veces aceleradas o tratadas con delay.  Y hasta lo  bautizó: el New Sound. Al año siguiente, formando pareja con su esposa, la cantante Mary Ford, se convertiría en un fenómeno comercial con temas como How High The Moon o Vaya Con Dios.

Pero el truco de los sucesivos acetatos resultaba muy laborioso. Aparte, con cada nueva grabación de un instrumento o una voz, bajaba la calidad, la fidelidad de las primeras tomas. Problemas que  se resolvieron cuando su amigo Bing Crosby le regaló uno de los primeros magnetófonos Ampex de dos pistas. Con el aparato, Paul perfeccionó lo que que denominó “sonido sobre sonido”. Además, podía transportarlo para grabar (¡o editar!) en moteles u otros recintos, en medio de sus giras.

Les Paul inspiró a toda una generación de jóvenes guitarristas, aunque la llegada del rock and roll afectó a la venta de sus discos. Sin embargo, no perdió la curiosidad: en 1956, compró el Ampex Model 300, una torre de dos metros de  altura que permitía grabar en ocho pistas diferentes, sin pérdida de fidelidad. Establecía así la metodología de la grabación moderna: una acumulación de señales, una serie de capas sonoras, cada una de las cuales podía ser modificada a voluntad.

Al principio, pocos sabían qué demonios hacer con todas esas posibilidades. Aparte, estaba la rotunda oposición de la American Federation of Musicians (AFM), que temía que se perdieran puestos de trabajo: teóricamente, una sección de violines se podía recrear multiplicando la pista de un violinista. Durante años, se jugó al gato y al ratón con los representantes sindicales, que –por ejemplo- insistían en que cantantes e instrumentistas se  juntaran en el estudio, algo que ya no era necesario.

Un perfil del ingeniero de Atlantic Records, Tom Dowd.

Uno de los primeros en lanzarse de cabeza al universo de las 8 pistas fue Tom Dowd (1925-2002), ingeniero de sonido en Atlantic Records, la independiente neoyorquina que grababa rhythm & blues, jazz y pop. A principios de 1958, Dowd comenzó a explorar las posibilidades de su Ampex. Los más listos de sus colaboradores, como los compositores Jerry Leiber y Mike Stoller, enseguida apreciaron el potencial de la nueva herramienta: tras décadas en que la grabación buscaba reproducir el directo de los artistas, ahora mandaba la imaginación. Para Leiber-Stoller, que concebían  muchas de sus canciones como playlets (pequeñas obras de teatro), suponía un salto embriagador en cuanto a recursos sonoros.

La inercia del viejo sistema retrasó el salto a las 8 pistas. Con las primeras máquinas de cinta magnética, ya se alcanzaba una notable productividad: el estándar era cuatro canciones  por tres horas de trabajo. Y la tecnología viajaba lenta: a pesar de su leyenda, estudios considerados de primera categoría -como los de EMI en Londres- estaban atrasados respecto a sus equivalentes estadounidenses.

Cuando los Beatles entraron en Abbey Road, se acababa de instalar las grabadoras de dos pistas, pronto reemplazadas por las de cuatro. Sin embargo, las máquinas de ocho pistas no llegaron hasta 1968. Algo que nos hace respetar aún más a George Martin y demás miembros del equipo responsable de materializar el magma de ideas  que bullía en las cabezas de Paul McCartney, John Lennon y George Harrison.