¡Hola a todos!
¿Seguimos confinados? Seguimos.
Así que, con nuestro mejor chándal, calcetines de gatos y un moño festivo para la ocasión, nos asomamos una vez más a la ventanita de ‘Espacio Madresfera en casa’ a vuestros encierros en familia.
¡Hola a todos!
¿Seguimos confinados? Seguimos.
Así que, con nuestro mejor chándal, calcetines de gatos y un moño festivo para la ocasión, nos asomamos una vez más a la ventanita de ‘Espacio Madresfera en casa’ a vuestros encierros en familia.
En esto del confinamiento hay muchos factores que, obviamente, están marcando cómo se vive la pandemia para que sea más o menos confortable, y el espacio que te ha tocado es, sin duda, uno de ellos. Y os lo dice alguien sin balcón, ni patio, ni terraza, ni azotea, ni una triste loseta con vistas al mar. La falta de espacio abierto, o de espacio a secas, está suponiendo para muchos un reto “maravilloso” durante estas semanas de gymkana: no solo debemos remontar emocional y científicamente una pandemia mundial, sino que hemos de conquistar, a base de pequeñas batallas, nuestros espacios y arrebatárselo a hijos, parejas, mascotas, muebles con nombres suecos, libros, bártulo, oficinas móviles, el plató de Masterchef improvisado y el espíritu de Marie Kondo que nos acecha en cada armario.
No nos engañemos, una de las claves para que estas semanas en casa no se nos echen mucho más encima (además de la salud, la familia, el trabajo o la estabilidad social y política, claro) es poder encontrar ESE rincón en el que no pisas a nadie para hacer la gimnasia de las mañana, ESE momento para estar en el baño a solas, ESA ventana horaria entre siestas infantiles en la que mirar al techo y llorar un ratito, ESE hueco entre teletrabajo, preparar la renta, juegos de salón y repaso de sumas en el que mirar a la calle y suspirar para que tus pequeños puedan dar un par de gritos mientras corren hacia el horizonte…
Las batallas por los espacios comunes de la casa y hasta de las comunidades de vecinos están marcando nuestras convivencias. Pero antes del espacio físico, hoy vamos a ocuparnos de uno más intangible, pero no por eso menos importante: el que colisiona estos días en nuestros tímpanos.
– El espacio sonoro indoor. ¿Habéis escuchado hablar sobre la conquista de los polos? Una tontería al lado de conseguir un ratito en silencio con niños. Da para antología cuando todo esto pase. Que pasará. Y es que los que tenemos hijos con gusto por el desarrollo de la cultura oral (como la madre, todo sea dicho) llevamos nuestra “penitencia” en vida. Niños que amanecen a las siete, con un montón de vida interior -ya que la exterior la tienen prohibida- y que pueden estar hablando non stop, hasta las diez de la noche.
Y oye, que sí, que no nos debemos quejar, porque lo que sale no se queda dentro, nos dicen sabiamente los psicólogos infantiles, y yo ante eso, pues nada que objetar. Su salud mental, lo primero. La nuestra ya, si eso, la ventilaremos más adelante. Pero, ¡oh! La dicha inmensa que supone para nuestras mentes agotadas un momento de paz sonora cuando todos duermen. Que poco se habla de eso, qué poquito se valora. Y qué bien hace para este espíritu nuestro, cuidador activo las 24 horas, revisar con minuciosidad las juntas de los azulejos del baño de vez en cuando…
– El espacio sonoro outdoor, o lo que es lo mismo, la vida vecinal en cuanto a sonidos se refiere. Porque sí, la flauta dulce es nuestra condena, nuestra y sólo nuestra (según el grosor de tus muros, esta afirmación carecerá de valor) pero sumemos a lo que nos viene de serie el mundo de las emisoras musicales que se han montado en los balcones que te rodean. ¿Quién sabía que el gremio de los DJ iba tan bien en nuestro país? ¿Quién lo pudo imaginar? Yo hasta ahora os aseguro que no.
O ese vecino que está aprovechando la cuarentena para seguir los consejos de los gemelos Scott y dar uso a todo su arsenal de bricolaje que le regalaron en navidades. Y ahí le tienes, que está rehaciendo, él solito, su encantador piso de cuarenta metros cuadrados, contigo al lado. Incorporando el open concept a su vida, según comenta. O ese vecino que decidió antes del encierro sacar su músico interior adquiriendo una batería musical de lo más completa. O aquellos que en los aplausos de los ocho se vienen arriba y aprovechan para sacar todo el arsenal trompetero, bubuzelas y demás aparataje de forofos futboleros. La pareja de runners del piso de encima, que mueven los muebles cada día para poder hacer sus kilómetros entre el dormitorio y la cocina. O el vecino jugador de baloncesto, sometido a mucho estrés, y que entrena en el salón…
Eso sí, dentro y fuera, con la flauta dulce por delante, es evidente que cada uno ponemos nuestra dosis de emoción sonora en todos y cada uno de los «13 Rúe del Percebe» que tenemos en cada comunidad. Aquí, salvo el yogui del cuarto, no se libra nadie.
Y así seguiremos, hasta nuevo aviso. Con conversaciones inagotables, juegos, lloros, risas, videollamadas y canciones, aplausos, muebles arrastrándose en el piso de arriba o el karaoke de los del cuarto. Y aplausos, no olvidemos los aplausos. Desde aquí el nuestro de hoy para todos vosotros.
¡Ya queda menos!
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