Prometo por mi honor. Empleadores y celadores de telefónica
Para poder acceder a las categorías de Empalmador y Celador de Telefónica, el primer paso de un aspirante era formar parte de las cuadrillas y ejecutar trabajos elementales de instalación sin especialización: colocación de postes, apertura de hoyos… Mientras, el trabajo con los celadores o empalmadores le permitía adquirir los conocimientos teóricos y prácticos necesarios.
También se les exigía saber leer y escribir; tener rudimentos de geografía; resolver operaciones matemáticas con números enteros y decimales; conocimiento del sistema métrico decimal y nociones de geometría. La compañía se comprometía a facilitar los textos y apuntes para su enseñanza. Además, cumplir unas pruebas físicas determinadas: subir a postes con trepadores, levantar con una mano un peso de 30 kilos a un metro de altura y tener la talla mínima de 1,60 metros.
Una vez superados los exámenes, quedaba un último requisito. Las categorías de celador y empalmador estaban dentro de aquellas a las que se consideraba más directamente afectadas por el secreto de las comunicaciones. Así, todo empleado antes de acceder a una de estas categorías prestaba promesa solemne ante las personas que designaba la compañía.
La lámpara de carburo y el guardacandelas que se pueden ver en esta muestra la vitrina formaban parte del equipo de herramientas necesario que llevaban los empalmadores.
El celador se convirtió en una figura representativa de Telefónica, que recogió a menudo en sus publicaciones internas historias de reparaciones casi heroicas entre nevadas, tormentas o riadas. Las imágenes de estos técnicos subidos en altísimos postes para instalar las líneas telefónicas identificaron el trabajo de la Compañía, sobre todo en los primeros años de expansión del teléfono por nuestro país.
Además eran los encargados de la reparación de las averías y de la instalación de las líneas en los hogares, por lo que su relación con el público les convertía en la cara visible de la empresa. Formados en las escuelas de la Compañía, llegaron a convertirse en uno de los colectivos con mayor número de empleados adscritos a esta categoría.
¿Y antes cómo se hacía?
Como podemos observar en una de las vitrinas de las exposición, manualmente. Todos los meses, en los días estipulados, los técnicos hacían fotografías a los contadores de las centrales, donde se reflejaba el consumo que había tenido cada número de teléfono. La película se revelaba en el departamento de facturación, donde se realizaban las facturas.
En España este sistema estuvo en funcionamiento hasta los años 90.
En el corazón de una central
Las piezas que se exponen en otra de las vitrinas muestran los avances de la telefonía por llevar a cabo una comunicación cada vez más rápida. Uno de los primeros avances de la telefonía fue poder establecer las llamadas automáticamente, sin necesidad de centralitas manuales. Los años veinte del siglo pasado supusieron un verdadero desarrollo en la instalación de estos sistemas automáticos de los que había diferentes tipos y fabricantes: Rotary, AGF, Strowger… En España, Telefónica optó por el sistema Rotary que se convirtió en un verdadero hito de la historia de la compañía.
Pero hubo una central de otro sistema. En San Sebastián, en 1926, se instaló el sistema AGF fabricado por Ericsson, la única de este tipo que ha funcionado en nuestro país. Se trata también de un sistema rotatorio y sus piezas, dispuestas en bandejas horizontales, se movían hasta seleccionar los números solicitados.
¿Y si algo falla?
Si se producía un corte de electricidad, el teléfono seguía funcionando. Esto ocurría gracias a los sistemas de emergencia y de alimentación alternativa de que disponían las centrales telefónicas. Las baterías con que contaban los edificios comenzaban inmediatamente a suministrar la energía necesaria para que las máquinas no se parasen. Interruptores de mercurio como éste se utilizaron en las primeras centrales Rotary 7A para activar los sistemas de emergencia.
Desde su fundación en 1924, Telefónica publicaba normativas para evitar los accidentes laborales y sometía a pruebas en su Laboratorio de Ensayos todos los equipos necesarios para mantener la seguridad de los trabajadores. En los años 60 se analizan caretas antigás cuyo destino era su uso en las centrales. Estas máscaras protegían a los trabajadores del humo y los posibles gases tóxicos que se podían generar, como con la combustión de hilos de repartidor, en un incendio.
Estas rarezas son una selección de piezas extraídas de entre las más de 10.000 que constituyen el patrimonio tecnológico de Telefónica.