Cuando llegamos a Bulgaria, todo era tan barato que nos podíamos permitir quedarnos en un hotel con nuestras propias habitaciones dobles. Vidin, nuestra primera parada en Bulgaria, es una ciudad portuaria a la orilla sur del Danubio, además de la capital del noroeste. También es la región más pobre de la UE.
Mientras yo me lavaba el pelo y me depilaba durante toda la mañana en mi propia habitación individual, Dimiter, nuestro enlace búlgaro y periodista residente que nos había acompañado en el tour, se llevó a Claudia para que fotografiara un lugar llamado Belene.
Belene es un pueblecito dentro de la reserva natural Persina, uno de los parajes naturales más grandes por donde pasa el Danubio. También es el lugar donde hubo un campo de concentración comunista y una planta nuclear construida a medias. En palabras de Dimiter, “Belene se parece mucho a Chernobyl pero sin la explosión nuclear; es un lugar donde el único desastre ha sido la lenta degradación económica”. Resulta que mientras yo me quitaba las espinillas en el hotel, Claudia y Dimiter habían vivido esa experiencia única que nos motiva como fotógrafos y periodistas. Conocieron a un hombre cuando pedían indicaciones que acabó invitándoles a su casa, es decir, a su celda. Tal como lo cuenta Dimiter, Raycho, su nuevo amigo, fue sentenciado a tres años de prisión en la prisión de Isla Persina por un altercado violento con un policía. Como demostró ser un preso modélico, le enviaron a vigilar un edificio de la prisión abandonado en los alrededores de Belene. No puede traspasar el perímetro más ancho de la prisión y cada tanto tiempo tiene que establecer contacto con sus superiores a través de una radio bidireccional. Pero, al margen de este detalle, no se le impone ninguna otra restricción. A Dimiter le gusta describirlo poéticamente: “Es solo un preso que vigila su propia prisión… La libertad está en todas partes y a la vez en ningún sitio”.
Con apenas unos momentos de tranquilidad en el tour, no teníamos mucho tiempo para escribir en nuestros diarios, así que las palabras de Dimiter supusieron todo un regalo a lo largo del viaje. Cada una de nosotras nos inspiramos no solo en las fotografías de Inge, sino también en el sentido aventurero y en la búsqueda de nuevas experiencias que ella describía tan maravillosamente en sus diarios.
Nuestra siguiente aventura nos llevaría a Ruse (Bulgaria), pero antes haríamos una parada en casa de la abuela de Dimiter para comer. Mientras conducíamos por un puente que cruza un afluente del Danubio en el pueblo de Archar, vimos una congregación de rumanos que cruzaban por el agua con caballos y carretas. Así que decidimos parar y observar qué pasaba. Pensábamos que se trataba de algún tipo de mercado de caballos en el que se daban cita los rumanos para comerciar con caballos u otras mercancías. Unas horas después, nos dimos cuenta de que nadie compraba ni vendía nada, y que simplemente se habían reunido para alardear. En Australia existe un evento parecido en el que los adolescentes quedan para hacer carreras: se retan conduciendo coches a gran velocidad y parkings abandonados, quemando ruedas y dejando las marcas en el asfalto. Este era el equivalente búlgaro, ¡pero con caballos y carretas! Me tenía que quedar a verlo porque cuadraba a la perfección con mi tema de la masculinidad y los rumanos que había ido creciendo en mi proyecto. Olivia se ofreció muy amablemente para quedarse conmigo. Me supo fatal por la abuela de Dimiter pero, a veces, cuando haces proyectos con fecha de entrega, te ves en la obligación de rechazar la generosa hospitalidad que alguien te ofrece y decepcionas a algunas personas. A medida que caía la noche, admití a regañadientes que era hora de irse. Nos quedaba un buen viaje por delante y sabíamos que teníamos que conducir de noche. No calculamos que llegaríamos a Vidin sobre las 3 de la madrugada.