La concertista
En un primer momento, Rabchevska pensó que un violín impreso en 3D no iba a sonar bien. Para ella fue una sorpresa que le resultara tan fácil tocarlo y que el sonido fuera “casi idéntico al de un violín tradicional”. Eso sí, por su peso no podría sostenerlo durante demasiado tiempo y confía en que esa característica se pueda mejorar en el futuro.
“Con instrumentos normales podemos estudiar dos o tres horas seguidas, pero hacerlo con este sería un poco más difícil, ya que el cuerpo se resiente. También he notado que pierde volumen respecto a uno tradicional, aunque en general la experiencia ha sido muy positiva”, matiza.
A todos los instrumentos nuevos les cuesta arrancar y no solo a un violín impreso en 3D. Hoy en día comenzar a tocar un violín creado por un lutier tiene su complejidad y el intérprete debe darle su propia forma, su propio sonido. Hay que asumir que los primeros meses suelen ser así y la situación no varía con uno realizado en 3D.
El cuanto a las técnicas: vibrato, arcos, ataques… Todas pueden realizarse exactamente igual que con un instrumento clásico. No hay ninguna variación. A pesar de eso, si tuviera que elegir, la violinista ucraniana se quedaría con su violín, su ‘Yuri Pochekin’ del siglo XVIII: “En mi opinión tiene un sonido más amplio y rico, y siento que puedo expresar más sentimientos y matices que con el violín impreso en 3D”.
Rabchevska considera además que la tradición de tocar instrumentos hechos por maestros artesanos está muy establecida y después de cuatro siglos de historia es difícil imaginar que eso pueda cambiar en un futuro. “Los músicos pensamos que cuando un lutier crea un instrumento, pone su alma en la producción y eso hace que para nosotros tenga más valor”.
Sin embargo, no descarta que tal y como se está avanzando en innovación, la calidad de instrumentos impresos en 3D pueda compararse con el tiempo a la de los instrumentos tradicionales.