24.02.2020

Setsuko Thurlow: la vida después de Hiroshima

Hibakusha. En japonés, ‘persona bombardeada’. Es el término que se utiliza para designar a las personas que sobrevivieron a los ataques nucleares. El 6 de agosto de 1945, el avión norteamericano Enola Gay dejó caer la bomba atómica Little Boy sobre la ciudad de Hiroshima, arrasándola por completo. Aquel día, a los 13 años de edad, Setsuko Thurlow se convirtió en una hibakusha. Y, también, en uno de los testimonios de las consecuencias del uso de armas nucleares sobre la población civil más impactantes de nuestro tiempo.

Hoy, 75 años después del desastre, Setsuko es activista mundial, Premio Nobel de la Paz 2017 y trabajadora social. Con motivo de  su visita a Espacio Fundación Telefónica, en el marco de los #EncuentrosTelos, nos acercamos a la intensa biografía de esta superviviente.

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1. Hiroshima 

“Recuerdo una luz blanca y azul. Mi cuerpo fue lanzado al aire y recuerdo la sensación de estar flotando”

En 1945, Setsuko Thurlow era estudiante de secundaria. Una mañana, de pronto, un destello blanco y azulado lo detuvo todo. Silencio total. La bomba había caído a unos dos kilómetros de su escuela. El edifico colapsó y Setsuko perdió el conocimiento. Al despertar, solo podía escuchar a sus compañeros suplicar ayuda y agua. Un soldado la ayudó a salir de los escombros antes de que se incendiaran, salvándose únicamente otros dos alumnos y ella.

Hiroshima tras el bombardeo de 1945.
Hiroshima tras el bombardeo de 1945.

Unas 140.000 personas murieron aquel día. Y, los que no lo hicieron, padecieron severos efectos de la la radiación durante meses (y años) después del bombardeo. Por no hablar del daño psicológico. Setsuko relata que se sentía tan aturdida que no fue capaz de llorar hasta un mes después del bombardeo, cuando un tifón azotó lo que quedaba de la ciudad. Afortunadamente, sus padres y ella fueron acogidos por una familia, a diferencia de muchos otros que tuvieron que vivir en la calle.

La activista ha descrito en numerosas ocasiones las dificultades de los años siguientes: el hambre, la falta de atención médica y vivienda, la discriminación social… A lo cual se sumaba el sufrimiento ocasionado por la Comisión de Víctimas de la Bomba Atómica, un organismo americano cuyo propósito era, lejos de proporcionar tratamiento o apoyo, el estudio de los efectos de las radiaciones en el cuerpo humano.

2. La responsabilidad del testimonio

“Es imperativo contarle a la generación más joven sobre el terrible amanecer de la era nuclear”

Setsuko  ha dedicado su vida a hacer un llamamiento: que la humanidad aprenda la lección, porque «ningún otro ser humano debería experimentar la violencia de las armas nucleares. Nunca más». A los 88 años, plenamente consciente de que cada vez quedan menos supervivientes, ella continúa con el poderoso compromiso de mantener viva la historia del amanecer nuclear.

Una de las denuncias que más ha repetido a lo largo de su carrera es que hay que acabar con el mito de que las de Hiroshima y Nagasaki fueron “bombas buenas” que acabaron con una “guerra justa”. Para ella, no existen tales cosas. Además, Setsuko condena la estricta censura ejercida durante la ocupación americana de Japón en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. Revistas, documentos gráficos, poemas y diarios… Un borrado de todo aquello que daba cuenta de la tragedia.

Para hacer llegar este mensaje a todo planeta, Setsuko ha pronunciado innumerables discursos en conferencias, foros y citas mundiales, y ha trabajado codo con codo con diplomáticos, gobiernos y líderes internacionales -como el Papa Juan Pablo II y la corona inglesa-. Además, fue parte fundamental en los diálogos de las Naciones Unidas para alcanzar un acuerdo que prohibiera las armas nucleares. Y mucho más.

3. Activismo por el desarme nuclear 

“Las armas nucleares no son un mal necesario, son el mal absoluto”

Setsuko emprendió su carrera como activista en 1954, tras la detonación de la bomba Castle Bravo en las Islas Marshall. Profundamente preocupada por el olvido y el desconocimiento del devastador impacto de esos bombardeos atómicos, en 1974 fundó la organización Hiroshima Nagasaki Relived, que persigue la concienciación de la sociedad.

Además de sus numerosísimos viajes por todo el mundo para compartir su testimonio, Setsuko pertenece a Nihon Hidankyo, la confederación japonesa de supervivientes de bombas atómicas, y a la tripulación del Peace Boat, una ONG japonesa -y sí, también un barco- que trabaja para promover la paz, los derechos humanos, el desarrollo justo y el respeto ambiental. Otro proyecto inspirador: el Hibakusha Stories que, a través de actividades para escuelas y universidades, combate el olvido de los hibakusha entre los jóvenes.

Lleva décadas residiendo en Canadá, donde se trasladó para estudiar un máster en trabajo social. Allí ha desarrollado su carrera en este campo, es miembro de la Junta de Educación de Toronto y fundadora de los Servicios Familiares Japoneses de Toronto Metropolitano. Y desde allí, en los últimos años, ha condenado duramente las amenazas de Donald Trump y Kim Yong-Un en relación al armamento nuclear. “Es muy difícil para muchas personas entender, pero es extremadamente importante evitar juntos que esto vuelva a ocurrir”, declara.

4. El Nobel

Cada persona tenía un nombre, cada persona era amada por alguien. Asegurémonos de que sus muertes no fueron en vano”

Estas palabras pertenecen al discurso que pronunció Setsuko en 2017, cuando le fue entregado el Premio Nobel de la Paz. Recogió la figura dorada en nombre de la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN), en la que ha tenido un papel central desde su nacimiento en 2007. Una organización que opera en más de 60 países, buscando sensibilizar e inspirar a los ciudadanos para que insten a sus gobiernos a apoyar la prohibición de las armas nucleares.

Durante la ceremonia, celebrada 62 años después del acontecimiento que cambió su vida – y el curso de la historia –, Setsuko lanzó una petición a la comunidad internacional: “Hoy quiero hacerles sentir en este auditorio la presencia de quienes perecieron en Hiroshima y Nagasaki, quiero hacerles sentir una gran nube de un cuarto de millón de almas. Cada persona tenía un nombre, cada persona era amada por alguien. Asegurémonos de que sus muertes no fueron en vano”.

El Nobel no es el único reconocimiento que ha recibido Setsuko. La medalla de la Orden de Canadá, la Medalla del Jubileo de Diamante de la reina Isabel II, o el Premio Musulmán Ahmadiyya al Avance de la Paz también llevan su nombre. Además, la ciudad de Hiroshima le nombró ‘embajadora de la paz’ en 2014 y, en 2015, la Asociación de Control de Armas le designó ‘persona del año’.

Por Blanca Del Guayo