Sí, se podría afirmar que los soldados estadounidenses fueron los más mimados entre los que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Integraban un ejército de civiles levemente militarizados, muy capaces de tomar decisiones contrarias a la disciplina: muchos se negaron a destrozar sus amados V-Discs. Clandestinamente, algunos coleccionistas recuperaron aquella enorme discografía (unas 900 referencias) e incluso publicarían bootlegs, recopilaciones piratas. Con el tiempo, se evidenció que habían preservado un material único y los V-Discs sirvieron como base para LPs o CDs legales.
¿Y en las otras trincheras? Aunque el nazismo anatematizaba el jazz y las canciones de Broadway como productos degenerados de compositores hebreos y negros supuestamente salvajes, los soldados alemanes necesitaban esa música. Querían bailarla, querían escucharla en la radio. Temerosos de que un veto total empujara a que la tropa sintonizara la BBC, las autoridades de la Europa ocupada permitieron que se tocaran piezas estadounidenses en radios y clubes nocturnos; si era preciso, se cambiaba el título –de “St. Louis blues” a “La tristesse de Saint Louis”- y todos contentos.
Hay varios libros que examinan la esquizofrénica relación del Tercer Reich con el jazz. Para Swing frente al nazi (Es Pop Ediciones), Mike Zwerin localizó a músicos alemanes, franceses, checos, holandeses o daneses que tocaron jazz en plena guerra; también encontró a los audaces aficionados que montaron asociaciones para difundir aquella “atroz música de judíos y hotentotes”, en palabras de Goebbels.
Para Zwerin y para el lector contemporáneo, resulta una sorpresa que estos valientes recuerden la guerra como una era dorada para el jazz europeo. La pasión por el hot, el swing o como decidieran camuflarlo, servía como salvoconducto informal, que unía íntimamente a ciudadanos de países enfrentados. Una salvación literal: el guitarrista Django Reinhardt se libró del campo de exterminio, destino reservado para los cíngaros, gracias a la admiración de algunos oficiales de la Wehrmacht.
No obstante, las grandes transformaciones en la tecnología de la grabación tuvieron orígenes menos dramáticos. Pienso en el comandante Jack Mullin, descubriendo en 1945 que las emisoras alemanas utilizaban de forma rutinaria grabaciones sobre cinta magnética, hechas con un asombroso aparato, el AEG Magnetophon. Mullin pertenecía al Signal Corps, el Servicio de Transmisiones del US Army; entre sus colegas figuraban famosos del cine como Frank Capra o Darryl Zanuck pero también unos jóvenes inquietos que se convertirían en los más audaces ingenieros de sonido de posguerra. Las suyas son trayectorias prodigiosas que merecen contarse en otra entrega.
Por Diego A. Manrique