“La casa estrecha de Teléfonos fue la última que se perdió de cuando la Puerta del Sol era plaza de pueblo. ¿Quién iba a decir que de madre tan flaca saliese hijo tan potente como el rascacielos de la actual Telefónica?” A Ramón Gómez de la Serna le gustó el edificio de Telefónica, y así lo dejó escrito en Elucidario de Madrid.
La historia del edificio de Telefónica, en la número 28 de la Gran Vía madrileña, es una historia que alberga a su vez decenas de historias. En el centenario de la compañía, viajamos al pasado, presente y futuro de este rascacielos que sigue siendo símbolo y sinónimo de progreso y de transformación tecnológica. Un viaje por el que asoman como protagonistas, voluntarios o involuntarios, Alfonso XIII, Ernest Hemingway, Antoine De Saint-Exupéry, Josephine Herbst, John Dos Passos o Arturo Barea, entre otros.
Aunque, en rigor, los verdaderos protagonistas de este viaje, el hilo que lo une todo, son el espíritu de innovación que define a Telefónica desde su fundación y sus trabajadores. Cien años de innovación para crecer como sociedad, cien años de tecnología al servicio de las personas.
Los equipos más modernos
Cuando se inició la construcción de este edificio único, en 1926, el objetivo de la compañía era el mismo que el de hoy: desplegar las mejores infraestructuras de telecomunicaciones para ponerlas al servicio de nuestros clientes. El edificio se construyó para instalar cuarenta mil líneas de equipo automático, que tenían que sustituir a la central manual de la calle Mayor. Y como oficinas centrales y sede de la presidencia, esa fue su principal razón de ser, tal y como se anunciaba desde la valla publicitaria durante los años que duró su construcción, de 1926 a finales de 1929.
El 1 de enero de 1930 se dieron por finalizadas las obras del edificio de Telefónica en la Gran Vía. Un proyecto realizado por Ignacio de Cárdenas, arquitecto de la compañía Telefónica, quien lo finalizó en un plazo de tres años, siguiendo los parámetros de los grandes rascacielos norteamericanos y las premisas de la International Telephone and Telegraph (ITT), empresa americana involucrada en la creación en 1924 de la Compañía Telefónica.
Desde este edificio, antes de que estuviera concluido, Alfonso XIII realizó la primera llamada telefónica transoceánica, conversando en 1928 con el presidente de los Estados Unidos, Calvin Coolidge, que se encontraba en la Cámara de Comercio de Washington.
Gran Vía 28 fue motivo de orgullo para la Compañía y sus empleados en el momento de su finalización. Contenía los equipos más modernos del momento: conmutadores automáticos Rotary, conocidos como «cerebros mecánicos», sistemas de transmisión que permitían establecer conversaciones de calidad entre cualquier par de ciudades del país y enlaces con los centros de onda corta que obraban la comunicación casi milagrosa con Santa Cruz de Tenerife, Nueva York o Buenos Aires.
Y también se convirtió en uno de los edificios más célebres de Madrid y un motivo de orgullo para sus ciudadanos. Con sus casi 90 metros de altura, se incorporó para siempre a la línea del horizonte de la ciudad. Reconocido como el primer rascacielos edificado en Europa y como el edificio más alto de todo el continente, su aspecto neoyorquino contribuyó a dar a Madrid ese aire moderno y cosmopolita que ha perdurado hasta nuestros días.
En 1930 albergaba unos 1.800 empleados, entre los que destacaban las telefonistas, que cubrían en turnos de hasta 150 operadoras en los momentos de mayor tráfico, guardias y la totalidad de los servicios de conexión telefónica. En esta época, en que la incorporación de la mujer al mundo del trabajo era escasa, contribuyeron a dar una imagen de modernidad a la propia Compañía e incluso al paisaje urbano de la Gran Vía y de todo Madrid.
“La diana de la ciudad”
«El edificio era la diana de la ciudad y se conocía a la Gran Vía como la avenida de los obuses, ya que era por donde orientaba su artillería el ejército que asediaba la ciudad». El edificio del que habla el escritor Arturo Barea en su novela La forja de un rebelde es el edificio de Telefónica, y es que durante los tres años que duró la Guerra Civil, el que fuera el primer rascacielos de Europa estuvo permanentemente castigado por el fuego de artillería. Sus sótanos fueron usados como refugio frente a los bombardeos y el edificio recibió la descarga de numerosas bombas y obuses.
El gobierno instaló la oficina de censura de prensa en el edificio, con Barea como responsable. Desde aquí, se realizaban las conexiones internacionales y los corresponsales extranjeros enviaban sus artículos al mundo. Desde esta sede transmitieron sus crónicas escritores como John Dos Passos, Ernest Hemingway o el autor de El Principito, Antoine De Saint-Exupéry.
Durante la guerra, el rascacielos sufrió daños importantes en las fachadas, en especial la que da a la calle Valverde, pero no se vio comprometida su estructura y nunca se suspendió el servicio. La reparación completa de los daños, junto con el derribo de la provisional para completar el proyecto primigenio, motivaron la primera gran reforma, cuyas obras concluyeron en 1956.
Cambios al compás de la innovación
Transcurrieron tres décadas sin apenas cambios hasta que, en 1986, se decidió acometer una transformación integral. Los cambios en la tecnología y en el negocio así lo demandaban. En el exterior hubo pocos cambios, concentrados en la torre y la azotea, en la que se reordenaron las antenas, situando las parabólicas en un punto que las hacía menos visibles desde la Gran Vía. El interior sí experimentó cambios radicales, provocados por la evolución de la tecnología.
Cuando empezaron las operaciones en 1929, trabajaban en Gran Vía cerca de tres mil empleados en labores de tráfico (en su mayoría telefonistas) y conservación. Este número se había reducido a trescientos cincuenta en 1987 por la automatización.
Gran parte de la planta segunda, que había acogido los equipos Rotary, se destinó a auditorio, mientras que el nuevo equipo digital 1240 se instaló en el quinto piso, donde aún permanece. La antigua oficina comercial, situada en el crucero del vestíbulo, se destinó a la Colección de Arte. En la entreplanta se habilitó el Museo de las Telecomunicaciones y había otro espacio para las exposiciones temporales. Además, se renovaron todas las instalaciones de servicios.
Las obras concluyeron en 1991. El centro de decisión de Telefónica seguía estando en la planta novena del edificio, con la Sala del Consejo y el despacho del presidente, conservados tal y como los había concebido Cárdenas.
La sede de Gran Vía vivió su particular proceso de digitalización, convirtiéndose en un edificio inteligente en 1992. Todas sus infraestructuras (climatización, seguridad, comunicaciones…) se modernizaron para incorporar los avances disponibles.
Fundación Telefónica
Pocos años después, en 1998, Fundesco y Fundación Arte Tecnología se fusionan para crear Fundación Telefónica. Y más tarde, en 2008, Gran Vía se convierte en la sede social de Telefónica, dando paso a Distrito C, hoy Distrito Telefónica, como el edificio que alberga la sede central de la compañía. Aun así, Gran Vía 28 sigue siendo uno de los emblemas de la capital y buque insignia de Telefónica, hecho que se potencia cuando ese mismo año se inaugura la Flagship Store. En las plantas baja y primera, se abre coincidiendo con el lanzamiento en exclusiva en España del iPhone 3G.
En 2011 se creó Wayra, una aceleradora de startups, la sede en España se abrió en la octava planta de Gran Vía. Wayra ha evolucionado su propuesta de valor hasta convertirse en el hub de innovación abierta más global, conectado y tecnológico del mundo que invierte en startups maduras que aporten innovación a Telefónica y a su red de clientes.
Espacio Fundación Telefónica
En mayo de 2012 se inaugura el Espacio Fundación Telefónica. El proyecto, coordinado por Fundación Telefónica y el estudio Quanto Arquitectura, en colaboración con otros estudios de arquitectura como el estudio Moneo Brock que diseñó la escalera de acero cortén, ha restaurado y puesto en valor la arquitectura industrial original del edificio, creando los espacios funcionales y polivalentes que acogen el patrimonio tecnológico y artístico de la Fundación, así como exposiciones realizadas con terceros y actividades culturales de todo tipo: conferencias, ciclos de cine y música, entre otros. El Espacio es hoy, como el edificio que lo alberga lo fue desde su nacimiento, un protagonista indiscutible de la vida madrileña, sinónimo de modernidad e innovación.
Y curiosamente, aún hoy, el rascacielos no ha perdido su uso como central telefónica desde 1929 y sigue sirviendo a los clientes del corazón de Madrid. En la planta quinta, los bastidores del sistema 1240 comparten espacio con a modernos equipos de fibra óptica. Arriba, la torre alberga instalaciones de telefonía móvil. Son, pues, cien años de innovación, y cien años poniendo la tecnología al servicio de las personas.