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19.05.2016

La Selva Negra

El Danubio nace como un hilillo de agua en Martiskapelle, Furtwagen. En el espesor de la oscura Selva Negra este plácido arroyo llamado Breg alimenta a un río que conecta y divide países, que es ancho, amarronado y rebelde.

De Furtwagen a Ulm (Alemania)6 de julio.
Por Claire Martin.

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Nunca me había planteado ni dónde ni cómo nace un río. Siempre he vivido donde desembocan los ríos. Descargan en el océano o acaban en un gran lago, o quizá se secan a medio camino en un páramo árido. La muerte de un río es algo que sí puedo entender.

El Danubio nace como un hilillo de agua en Martiskapelle, Furtwagen. En el espesor de la oscura Selva Negra este plácido arroyo llamado Breg alimenta a un río que conecta y divide países, que es ancho, amarronado y rebelde. Hablamos de su tramo inicial.  Aquí, donde empieza el viaje del Danubio Revisitado, el río es pequeño, calmado, romántico.

Estuve dos noches en el nacimiento del Danubio con Kathryn Cook y sus pequeñas Luna, de 3 años, y Emma, de tan solo 6 meses. Como no tenía mucho material para fotografiar mi tema sobre el pueblo romaní, grabé vídeos de Kathryn trabajando para documentar nuestro diario de un viaje.

Soy consciente de que debe ser muy duro viajar por trabajo con dos criaturas de esa edad y unirse a un proyecto en grupo con muchas expectativas, la mayor de las cuales es producir nuevo material que justifique una exposición itinerante. Pero yo solo pude experimentar calma en el enfoque de Kathryn al hacer su trabajo. Las observé salirse de las carreteras, aparcar en cunetas y deambular a través de la selva. Caminaba con Emma sujeta a su pecho y Luna unida a su osito de peluche con sus botas de plástico arrastrando los pies por las piedras musgosas y a través de bosques neblinosos mientras hablaban de hadas, de flores y de caca.

selva-negra3Por la noche, las dos pequeñas dormían en el coche mientras Kathryn hacía realidad los cuentos de los que ella y Luna habían hablado. Con un ojo puesto en el coche mientras llovía a mares, se adentraba en la selva y usaba el flash en modo de larga exposición, creando hadas en la noche. En uno de los diarios de Inge, la fotógrafa decía: “Ojalá pudiera parar y caminar cuando me apeteciera, y sobrevolarlo todo con mis propias alas para poder fotografiar este paisaje tal como yo lo veo.” «Tal como yo lo veo» se convirtió en un concepto clave del proyecto, donde las ocho nos encontramos para fotografiar los mismos lugares. Mis ojos no lograron experimentar el lado romántico, oscuro y mágico de la selva que veía Kathryn hasta que no tuve sus fotos delante de mí.

Yo experimento una cierta sensación, una especie de satisfacción existencial, cuando me alejo de mi zona de confort con la cámara. Aunque esto en verdad solo me pasa cuando puedo usarla para inmortalizar mis propias ideas, sin deberme a mi obligación de satisfacer a los editores, a comités de becas, a amigos, familia… a nadie que perciba que pueda tener interés en el resultado de la foto. El motivo principal por el que invertí tanto esfuerzo durante tantos años para hacer realidad el proyecto Danubio Revisitado era que quería volver a tener esta libertad para fotografiar. Supongo que Inge Morath se debió sentir igual cuando fotografiaba el río Danubio y es por ello que durante muchos años volvía a tratar el tema.

Sabía que al unirme al grupo de premiadas con el Inge Morath Award en este viaje, todas íbamos a compartir la misma entrega y pasión. Y pude ver que, pese a lo que se puede interpretar como un obstáculo para Kathryn (llevar consigo a un bebé y cuidar de una pequeña de 3 años mientras trabajas permanentemente en un ambiente selvático), ella desprendía esta misma actitud zen en la forma en que abordaba su trabajo.

Desde luego, yo no pude mantener este estado de dicha a lo largo de todo el viaje, pero si hubo un lugar donde sí me sentí así fue en la Selva Negra, en el nacimiento puro y delicado del Danubio.