La corrala LA CORRALA, EL BLOG DEL EQUIPO EDUCATIVO

1988, Granada. En el pueblo de Polopos se cierra la última centralita manual en activo de nuestro país, marcando la desaparición de una figura clave de las telecomunicaciones: la telefonista. Esta profesión cuenta con una historia que comienza 107 años antes, en 1881, con la llegada de las primeras centrales manuales a España, y hoy en día su recuerdo sigue rescatando multitud de anécdotas y conservando un gran magnetismo. Prueba de ello es que en unas semanas se estrenará una serie centrada en la vida de cuatro telefonistas de los años 20, ‘Las chicas del cable’.

Si todavía nos remontásemos más atrás, deberíamos hablar de “los chicos del cable”. Esta profesión, que se llegó a convertir en exclusivamente femenina, fue otorgada en un principio a  hombres jóvenes que se habían encargado hasta entonces de la entrega de telegramas. Estos empleados se encontraron con un trabajo muy diferente al que estaban acostumbrados a desarrollar, un trabajo que les exponía a un alto nivel de estrés y que requería de mucha paciencia. No lograron realizarlo correctamente, y las empresas telefónicas comenzaron a buscar una solución.

Se pensó entonces en las mujeres, un colectivo que tenía experiencia en el sector de las telecomunicaciones ya que había podido acceder a la profesión de telegrafista (aunque no en todas partes; en Alemania se las consideró incapaces de guardar el secreto de las comunicaciones). Las telegrafistas fueron unas pioneras, pero, como cuenta José de la Peña en su libro ‘Historia de las telecomunicaciones’, a pesar de su habilidad y su gran número no fueron vistas como una amenaza al orden social establecido, ya que se las consideraba simples “máquinas eficientes” necesitadas de la dirección de un hombre y que debían abandonar su puesto al casarse.

  • Cuadro urbano en Vitoria (1926) / Archivo histórico fotográfico de Telefónica

  • Grupo de telefonistas de la central de la calle de Hortaleza (1927) / Archivo histórico fotográfico de Telefónica

  • Srta. Concepción Hernández Pardiguero de la Central de Salamanca / Archivo histórico fotográfico de Telefónica

  • (Ortiz y Cuenca) / Archivo histórico fotográfico de Telefónica

  • Cuadro magneto que sustituyó al antiguo tipo en la subcentral de Triana en Sevilla (1927) / Archivo histórico fotográfico de Telefónica

  • Sala de descanso del personal femenino (Vidal, 1928) / Archivo histórico fotográfico de Telefónica

  • Cuadro urbano de la central de Mayor en Madrid antes de la implantación del servicio automático / Archivo histórico fotográfico de Telefónico

  • Srta. Carmen Aldueura, cuadros telefónicos de Cercedilla / Archivo histórico fotográfico de Telefónica

  • Detalle del cuadro interurbano de la central de Hortaleza / Archivo histórico fotográfico de Telefónica

  • Sala de descanso de las operadoras de Tráfico en la central de Santa Cruz de Tenerife / Archivo histórico fotográfico

  • Cuadro interurbano en Lisboa (1928) / Archivo histórico fotográfico de Telefónica

Para las telefonistas el matrimonio también supuso, durante mucho tiempo, el fin de su carrera, por lo que su vida laboral tenía una duración media de tres años. Las mujeres eran mano de obra barata y temporal, claves que explican en gran parte por qué las empresas telefónicas decidieron apostar por ellas. Con la llegada de las mujeres a las centralitas manuales el servicio telefónico dio un salto de calidad que terminó por convencer a sus empleadores de que habían tomado la decisión correcta, y la palabra “telefonista” pasó a ser siempre precedida por un artículo femenino.

Esta profesión fue un instrumento de independencia y autosuficiencia para muchas mujeres durante décadas marcadas por una ínfima integración femenina en el mundo laboral, pero nunca les sirvió como puente para llegar a desarrollar otros papeles dentro de sus empresas. En palabras de José de la Peña, “eran la voz y el alma del sistema, pero no podían dirigirlo”.

Aun así para la sociedad de la época el simple hecho de encontrarse con mujeres en un contexto laboral resultaba bastante desconcertante, por lo que las interacciones de los abonados con las telefonistas muchas veces carecían de toda profesionalidad y se convertían en intentos de seducción (fenómeno no difícil de imaginar vista su persistencia a día de hoy). Las propias empresas llegaron a sentir la necesidad de insertar anuncios en los periódicos abordando este tema, entre ellas la Bell:

“No le diga a la “Hello girl” que le gusta su voz. No le pregunte por el color de sus ojos. No trate de decirle palabras dulces o insinuantes. No trate de comenzar nada con ella. Ella sólo puede responderle frases de su manual de comportamiento en el servicio. Si persiste, le pondrá en comunicación con el operador jefe. Una “Hello girl” no puede hacer otra cosa que su trabajo. El operador jefe estará puesto a la escucha inmediatamente en cualquier conversación con un muchacho demasiado sentimental”.

Esta profesión tenía “sus luces y sus sombras”, como comenta María Luisa González Puertas, quien trabajó como telefonista de 1953 a 1987 en Telefónica. Con ella os dejamos, ya que quién mejor que una telefonista para narrar el día a día de estas trabajadoras que contribuyeron enormemente a las telecomunicaciones en nuestro país: