09.08.2019

La cultura entra en el ‘blockchain’

Una década después de su nacimiento, el blockchain se ha convertido en una tecnología que trasciende la mera aplicación económica. ¿Conseguirá hacerse hueco también en el sector cultural?

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Imaginemos una situación típica veraniega. El sol nos achicharra y agota nuestras últimas fuerzas. Pero estamos en la playa y acudimos al chiringuito más cercano para comprar un helado. Con suerte, solo pagamos un euro por él. La transacción funciona porque el valor de ese euro está avalado por la moneda creada por un gobierno en el que las dos partes implicadas confían. Al completarse la transacción, los datos quedan reflejados en un apunte contable.

Y, cómo funciona el blockchain

Pero, ¿qué pasaría si la moneda es virtual y no está emitida por un entidad financiera autorizada? Aquí entra en juego lo que conocemos como el blockchain, una combinación de diversas tecnologías, concretamente tres: algoritmos de consenso, algoritmos de destilación y criptografía de clave asimétrica.

Con el uso del blockchain desaparece el intermediario, no existe una administración centralizada que se ocupe de controlar la operación. Y es que la confianza entre las partes implicadas se fundamenta en un principio básico: el consenso mutuo. Las partes (ahora denominadas nodos) que se autogestionan cuentan así con su propio libro de cuentas, en el que se guardan todos los datos de su relación comercial: detalles de la transacción, fecha, hora…

Sí, el blockchain es un colosal libro de cuentas, en el que a modo de una larga cadena de bloques, cada registro está enlazado y cifrado para proteger la seguridad y privacidad de las transacciones. Ese cifrado asegura la valía de las operaciones, certifica su seguridad. ¿Lo más importante? La transparencia de cada movimiento.

Los implicados en la transacción comercial asumen el control del proceso: se necesita la aprobación de la totalidad de las partes de la red que deben dar su visto bueno para que el bloque pueda unirse a la cadena y, así, completarse la transacción. Con que uno solo la considere errónea, el movimiento se bloquea.

 

La irrupción del bitcóin

 A media que el blockchain se convertía en una tecnología más compleja, comenzaron a surgir sus primeras aplicaciones. La más famosa es el bitcóin, la criptomoneda o moneda virtual creada por Satoshi Nakamoto en 2009. Se trata de la criptomoneda más valiosa. Para hacernos una idea, una unidad de esta divisa equivale a cerca de 9.000 euros, aunque su valor varía constantemente.

Durante la presentación del ‘Anuario AC/E de Cultura Digital’ en Espacio Fundación Telefónica, José María Anguiano, abogado experto en blockchain, explicó una de las principales ventajas de utilizar bitcóin: “Evitar el problema del doble gasto”.

¿Y qué significa esto? El doble gasto es un defecto de las divisas ordinarias que pueden ser duplicadas o falsificadas, lo que genera inflación y desconfianza de los usuarios. Utilizando tecnologías blockchain esto no es posible.

Si dos personas (A y B) tratasen de gastar el mismo bitcóin, esta operación quedaría registrada en lo que se denomina ‘Unconfirmed Transaction Pool’. La transacción queda en un limbo, esperando a ser aceptada por los mineros, los encargados de registrar las transacciones en el blockchain mediante la resolución de problemas matemáticos complejos. Estos aceptarán la operación de A, añadiéndola a la cadena de bloques, mientras que la de B, al ser el mismo bitcóin, será rechazada. Esto garantiza que la cadena de bloques sea incorruptible.


«El blockchain evita el problema del doble gasto»


El blockchain en la cultura

¿Puede aplicarse una tecnología como el blockchain, fundamentada en el exceso de celo en la verificación, a la producción en sectores culturales como la música, el cine o la literatura?

Actualmente, los usuarios del crowdfunding han puesto sus miras en esta tecnología. “Se ha empezado a utilizar de una forma tímida en el mundo de la producción para generar crowdfundings colaborativos, para abordar producciones de autores nóveles y artistas sin recursos”, explica Anguiano.

El crowdfunding es un sistema de autofinanciación en el que el 78% de las campañas no alcanzan sus objetivos. Mediante la aplicación del blockchain, la transparencia y seguridad del proceso de financiación crea una mayor confianza de los usuarios. Al tratarse de un sistema descentralizado, ya no está sujeto a las reglas de las plataformas de crowdfunding habituales; es decir, cualquier proyecto tiene las mismas posibilidades de visibilidad y financiación. Además, se elimina el problema de las tarifas de transacción, por lo que es menos costoso para creadores e inversores. De ese modo, los proyectos audiovisuales o literarios, muy castigados por la habitual falta de inversión, encuentran con este formato una opción más accesible para sacar su trabajo adelante.

El mercado del arte es otro sector cultural donde el blockchain ya tiene diversas aplicaciones. “Es un mercado donde la confianza es muy importante. Un 10% del sector del arte cada año son actividades fraudulentas”, comenta Anguiano.

Empresas como Verisart utilizan esta tecnología para confirmar la propiedad y la autenticidad de una obra de arte. ¿Cómo lo hace? Mediante la creación de un P8Pass, un código que contiene información detallada y que funciona como una huella digital única en el blockchain. Esta es una aplicación especialmente útil en el mercado de subastas, sector que tradicionalmente ha sido puesto en duda por los compradores debido a su dudosa seguridad.

Otra aplicación totalmente disruptiva en el universo cultural es la que realiza Jonas Lund. Este artista sueco –ponente durante ‘Arte y Blockchain’, el evento celebrado en nuestro auditorio– creó la agencia Jonas Lund Tokens. Los propietarios de estos tokens -similar al bitcoin- tienen la capacidad de votar sobre sus decisiones artísticas y profesionales. De ese modo, el token dicta parte de su vida profesional. Cada uno equivale a un voto. “Yo lanzo las propuestas y ellos deciden, pero si tienes 1.000 tokens ya puedes hacer propuestas”, relató Lund.

¿Y la industria musical? ¿Puede beneficiarse de la estructura blockchain? Proyectos como Choon, plataforma digital similar a Spotify y basada en la criptomoneda Ethereum, aplica esta tecnología mediante contratos inteligentes, un programa informático descentralizado que ejecuta automáticamente acuerdos registrados entre dos o más partes. Esto garantiza que los artistas cobren sus honorarios de manera casi instantánea según las reproducciones diarias, en lugar de esperar casi un año como suele ser habitual. Además, retomando también aquí el mecanismo del crowdfunding, facilita que artistas emergentes tengan mayor visibilidad.

La cultura gana presencia en el entorno blockchain y sus aplicaciones parecen no tener límite alguno. ¿Cómo seguirá evolucionando este ecosistema emergente?

 

Por Javier Gago