La aparición del cine en blanco y negro en 1895 despertó el afán por incorporar el color a la imagen en movimiento. Las primeras técnicas incluían el coloreado manual, fotograma a fotograma, como fue el llamado pochoir que perfeccionó el español Segundo de Chomón (1871-1929) y que después patentó la compañía Pathé. En el año 1909, Londres fue testigo de las primeras películas a color gracias al sistema Cinemacolor de George A. Smith (1870-1921), que basaba el coloreado en el uso de placas verdes y rojas. Aquello cimentó un posterior avance, de nuevo protagonizado por Segundo de Chomón junto al ingeniero Ernesto Zollinger (1890-1977), quienes en 1923 introdujeron una técnica más avanzada y basada en placas anaranjadas y verdes. El salto a la tricromía tuvo lugar con Technicolor en 1932, cuando presentó un revolucionario sistema que combinaba los colores magenta, cyan y amarillo, y que fue catapultado a la fama con Lo que el viento se llevó en 1939, convirtiéndose en el sistema de referencia durante décadas.

El llamado espectro visible está condicionado por varios factores, como el tono, la saturación o la luminosidad, y a partir de ellos y su interacción surgen distintas representaciones de ese espectro, comúnmente denominadas modos o formatos de color. Sin embargo, no conviene olvidar que son meras representaciones, y por ello no todos los colores se encuentran en uno u otro formato. Dos de los más conocidos y empleados a día de hoy son los sistemas RGB y CMYK. El primero, utilizado únicamente en la industria del diseño digital y desarrollado en monitores de televisión, ordenadores y proyecciones audiovisuales, se explica a partir de la síntesis aditiva: desde los colores primarios rojo, verde y azul, y sus distintas combinaciones, se obtiene un espectro de colores mucho más amplio. Por el contrario, el sistema CMYK (cyan, magenta, amarillo y negro) es el utilizado en cualquier material impreso y está basado en la llamada síntesis sustractiva, que busca la extracción del blanco mediante la mezcla de pigmentos.