27.06.2013

El reino de Redonda

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La isla de Redonda es una pequeña roca en mitad del Mar Caribe, cercana a las islas Montserrat y Antigua, del grupo de las Antillas Menores.  Sus únicos habitantes son una numerosa colonia de alcatraces y es tan pequeña que muchas veces ni aparece en los mapas. Fue descubierta y bautizada por Colón, aunque nunca se dignó a hollarla, tan poca cosa que era. En el siglo XIX se la anexionó el Imperio Británico, por aquello de aprovechar el fosfato del guano de los alcatraces, y más tarde fue comprada por un particular para celebrar el nacimiento de su primer hijo varón después de nueve hijas.

Ride si sapis

Poco interés tiene la isla, como digo, si no fuera porque ese escaso kilómetro cuadrado de piedra es en realidad el reino más pequeño del planeta, el Reino de Redonda, en el que están censados el mejor y mayor grupo de personajes ilustres del mundo de la literatura y del cine que podamos pensar. No por ser un reino imaginario deja de ser menos real, porque por tener tiene bandera, lema (ride si sapis, nada menos) pasaporte, moneda y hasta transporte oficial: la bicicleta.

El primer rey de Redonda fue el niño del que hablaba antes, M.P. Shiel, escritor a la postre, y que reinó bajo el nombre de Felipe I. Cuando su padre compró la isla, reclamó el título de rey de Redonda para su hijo a la reina de Inglaterra. Ésta aceptó con la condición de que nunca intentase rebelarse contra el poder colonial, esto es, que no pasase de ser un reino ficticio.

El segundo rey de Redonda fue John Gawsworth, Juan I en los anales del reino. Posteriormente heredó el trono John Wynne-Tyson (Juan II) que, finalmente, acabó abdicando en Javier Marías (Xavier I) actual rey.

Todos los reyes de Redonda dieron títulos nobiliarios a renombrados miembros del mundo de las artes, siendo el actual rey el más prolífico dador de ducados, marquesados y demás preceptos. Entre la nómina nobiliaria del reino de Redonda tenemos por ejemplo a Francis Ford Coppola, Duque de Megalópolis; Fernando Savater, Duque de Caronte y Maestro del Real Hipódromo; Arturo Pérez-Reverte, Duque de Corso y Real Maestro de Esgrima; Ray Bradbury, Duque de Diente de León; Umberto Eco, Duque de la Isla del Día de Antes; Eduardo Mendoza, Duque de Isla Larga… y así un largo etcétera. Pero la labor más importante del reinado de Xavier I es sin duda la creación de la Editorial Reino de Redonda. El trabajo que está haciendo esta editorial es impagable, rescatando del olvido títulos hoy imposibles de encontrar ya sea por la rareza de los mismos como por ser obras poco conocidas de escritores relevantes. Y en cuidadísimas y bellas ediciones. Hace unos días salía el vigésimo quinto título de la colección, De vuelta del mar de Stevenson (ya en mis manos) siendo otros libros de la colección: El espejo del mar de Conrad, El monarca del tiempo, del propio Marías, La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre de Southey, El coronel Chabert de Balzac, Ehrengard de Isak Dinesen (Yo tenía una granja en África, etcétera…), La caída de Constantiopla de Sir Steven Runciman…

Las islas de la felicidad

El reino de Redonda no podría ser otra cosa que una isla. Las islas se perciben como no-lugares, sitios inalcanzables a los que se llega por azar, reinos utópicos y distópicos, lugares de exilio, de recogimiento, de felicidad o de reclusión y castigo. La fascinación por las islas se ha dado en todas las épocas y lugares. En literatura, desde tiempos homéricos hasta hoy han sido el centro de aventuras y de sueños. Pueden ser perdidas, inauditas, maravillosas, desiertas,  bienaventuradas, paradisíacas, misteriosas, del tesoro… El mundo es una isla, dijo Estrabón, y cada isla es un mundo. Y todos nosotros, en el continuo bogar, no hacemos otra cosa que  arribar en ellas una y otra vez. A veces permanecemos en una sola isla mucho tiempo, porque por fin somos felices en ellas (si esto es así, ¿por qué las abandonamos entonces?), o tal vez aguantamos sólo por comodidad o quizá porque no somos capaces de hacernos de nuevo a la mar. Otras veces la corriente nos arrastra y sólo rozamos las islas de la felicidad, que decía el poeta. Sea como fuere hay que continuar y luchar, buscar y encontrar… y disfrutar.

 

Zeques

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