En un intento por trascender la pantalla y provocar entornos inmersivos, Joanie Lemercier desarrolla un dispositivo a medida que designa como no-logram y que le permite generar imágenes suspendidas en el aire. Tanto el término como el efecto logrado hacen referencia a lo que erróneamente se denomina holograma, que en realidad consiste en la creación de imágenes tridimensionales a través de la proyección de un rayo láser sobre una película fotosensible. La desvirtuación actual que ha sufrido el concepto al vincularlo con técnicas de ilusión óptica como «el Fantasma de Pepper», ha empujado a Lemercier a adoptar un nuevo término. El no-logram consiste así en la dispersión de partículas de agua atomizada en la sala, que conformarán la etérea superficie sobre la que proyectar los juegos de luz. Una tecnología de rastreo, capaz de detectar movimientos y profundidad, permite a su vez que el espectador interactúe con la pieza, estableciendo una nueva y asombrosa relación con el espacio y la luz.
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