La corrala LA CORRALA, EL BLOG DEL EQUIPO EDUCATIVO
21.06.2016

Una experiencia tangible

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26/07/14 – 28/07/14 Novi Sad (Serbia) – Belgrado (Serbia)

Por Claire Martin

Dormí en casa de uno de los pescadores. Estaba todo más limpio que una patena. Las sábanas, e incluso las almohadas, estaban bordadas. Así que me desperté con la cara marcada.” , Inge Morath.

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Durante el proceso de creación del proyecto, todas empezamos a sentir que conocíamos a Inge y que verdaderamente nos identificábamos con ella.  En gran parte era porque habíamos leído sus diarios, que nos daban ese detalle del proceso de pensamiento y acción que había tras las imágenes que fotografió.  Tuvimos suerte de que las 8 de nosotras, más el personal de apoyo, nos lleváramos tan bien, teniendo en cuenta además que nunca antes nos habíamos visto y que nos estábamos embarcando juntas en un viaje de 5 semanas muy íntimo e intenso.  Creo que lo que nos conecta, y también lo que nos conecta con Inge, es el espíritu aventurero que compartimos y la curiosidad sobre la vida y el mundo en el que vivimos.  La necesidad que tenemos todas de experimentarlo de forma tangible.  La mayoría de la gente se contentaría con leer un libro, mirar las noticias o ver una peli, y luego seguirían con sus vidas.

Creo que lo que nos une como ganadoras del premio Inge Morath es nuestro deseo de ver, sentir, tocar y vivir de verdad una experiencia para poder comprender el mundo que nos rodea.  Como esa cita de Inge en la que describe que durmió una noche en casa de unos pescadores: tuvo que pasar la noche en la casa de unos extraños para sentir que podía entender sus vidas y dejar así que su fotografía tomara sentido.  En realidad, no conozco a mucha gente que tenga que hacer este tipo de cosas.  Solo sé que yo sí debo hacerlo.  Sin este tipo de aventura y de experiencia tangible que me obligue a salir de mi zona de confort me deprimo bastante.  Nadie de mi amigos o familia se prestaría a dormir en casa de un extraño solo para entenderle mejor.  Es un impulso bastante peculiar, en verdad, pero un impulso que sé que cada una de nosotras siente en algún momento.  Es algo que de verdad me hizo sentir que entendía y que me identificaba con Inge como fotógrafa, y que me hizo admirarla como mujer.

En Belgrado (Serbia), tuve una de esas maravillosas experiencias íntimas con extraños.  Fui a visitar el campamento rumano de Goveđi Brod con los chicos que grababan el documental en moto, Javi y Lucas.  Estuvimos rondando el perímetro del campamento durante un rato.  Poco después, Javi y Lucas decidieron irse.  Nunca se sintieron verdaderamente cómodos al grabarme mientras trabajaba porque no les gustaban los sitios adonde iba y, sinceramente, agradezco que me dejaran sola ese día, porque hice algunas de mis fotos favoritas del tour.  Me encantaban Javi y Lucas, pero odio trabajar cuando hay gente a mi alrededor.  Creo que echa por tierra la conexión que tienes con la gente a la que fotografías.  Cuanto más diluyo mi experiencia, más tiendo a esconderme en un rincón y más mediocre se vuelve mi fotografía.  Así que cuando me quedé sola, empecé a dar tumbos hasta hacer nuevos amigos.  Por suerte, creo que me crucé con el joven más curioso, libre y encantador que tenía todo el tiempo del mundo y nada mejor que hacer.  Cuando le pregunté dónde estaba el río Danubio, se prestó a mostrármelo.  Por el camino recogimos a un amigo suyo. Ambos debían tener unos 15 o 16 años y decidimos hacer una aventura improvisada por un día.  Y resultó ser uno de mis días favoritos en los que fotografié de todo el tour. 

Me volví a sentir como una adolescente que iba de exploradora, robando una barca atada al lado de una vieja chabola de pescador, nadando, tomando el sol y… ¡luego devolviendo la barca robada!  Nos subimos a un árbol, me fumé un porro al anochecer y nos montamos una minifiesta con la música y la luz de los móviles.  Más tarde, cuando decidí que era hora de volver a casa, mis nuevos amigos me acompañaron río abajo hasta mi coche y allí nos despedimos.  Podía haber sido cualquier chica de 15 años que había salido con sus amigos, pero ahí estaba yo: una mujer de 35 en un importante campamento gitano y sin hablar un idioma común.  Cualquiera podría pensar que no tenía nada en común con esta gente, pero yo me sentía como en casa. Por algún motivo, en Serbia, entre las fotógrafas locales que conocimos y la gente que encontré y a la que fui fotografiando, sentí como conectaba absolutamente con el contexto. Como si mi vida no fuera tan diferente de la suya, pese a que en muchos aspectos no podía estar más lejos de la realidad.